Aunque nos sintamos básicamente un cuerpo físico vivimos conectados con otros cuerpos, aunque no los percibamos.
Vamos de nuevo al paralelismo con la fisiología de una célula corporal.
La célula no vive sola, no puede vivir aislada, pertenece a algo mayor y tiene un entorno con el que se interrelaciona, posee una membrana que por un lado le dota de una cierta individualidad pero a la vez es porosa, semi permeable, de manera que permite el transito de sustancias nutritivas de las que extrae energía y componentes estructurales, desecha residuos que no le sirven, toma oxigeno y se libera del CO2, entran y salen iones, gracias a esta semi permeabilidad hay un control hídrico, también mantiene la temperatura en un nivel adecuado. Toda una relación del interior de la célula con el exterior en el intercambio de moléculas que necesita para su metabolismo y la mantiene en unas condiciones optimas.
Supongamos ahora que la célula tiene una experiencia traumática, un shock, un impacto mecánico, una intoxicación química como sería el caso de una anestesia, una vivencia que genere intensas emociones de miedo, terror o impotencia, una amenaza a su vida y a su integridad. La célula, al igual que reaccionan las agrupaciones de ellas, los tejidos, endurece la membrana para protegerse de la amenaza, se hace menos permeable y la relación fluida existente con el entorno disminuye. Se reafirma su estructura y afianza su supervivencia pero a la vez disminuye el intercambio de sustancias con el exterior.
Al disminuir la permeabilidad empezará a dificultarse la entrada y salida de moléculas, la nutrición estará comprometida, la oxigenación necesaria para llevar a cabo sus procesos metabólicos, la hidratación, el intercambio iónico y por supuesto la dificultad de eliminar desechos, por lo que estos se acumulan y el medio interno se enrarece. El intercambio de sustancias es más pobre, la célula se intoxica, se desvitaliza y se hace propensa a enfermar.
Si traspasamos este escenario al cuerpo humano podemos encontrar la similitud que vive con su entorno, incorporamos nutrientes, eliminamos residuos, inhalamos oxigeno, exhalamos anhídrido carbónico, mantenemos un equilibrio hídrico, iónico, térmico. Parece que distintos elementos químicos y ciertas radiaciones entran y otras salen. Hay una tendencia a mantener el equilibrio, un metabolismo que favorezca un medio interno óptimo a la vez que mantiene una relación de harmonía con el medio. Esto son las bases fisiológicas del individuo con relación al entorno, hay un tomar y dar de elementos orgánicos y físicos.
Pero esta relación no se queda aquí, existe también un equilibrio entre lo que vivimos como experiencias y nuestras respuestas emocionales: ante una injusticia expresamos el enfado o el enojo que nos causa, ante una perdida podemos llorar la tristeza que nos produce, o ante la vivencia de una experiencia terrorífica podemos temblar el miedo que nos causa. Son las vivencias, experiencias que afrontamos y las respuestas emocionales, adaptativas que expresamos. En ocasiones ante un agravio sufrido lo único que necesitamos es decirlo, que la carga que hay en ello no se quede dentro. De nuevo “algo entra” y algo sale, algo que nos permite tener una relación de equilibrio con el entorno.
Si observamos esta dinámica en todas sus variantes, de mas densidad a mas sutilidad, es semejante a la respiración; el organismo toma del ambiente “vida, experiencia”, y vuelca hacia el entorno una respuesta, de modo que las cosas pasan a través, nos nutrimos, inhalamos, y damos respuesta para quedar de nuevo en un estado equilibrado, exhalamos.
Tanto en el mundo de la terapia como en la sabiduría popular es conocida la liberación que se produce cuando somos escuchados, muchas veces necesitamos expresar el sentimiento de algo vivido donde no necesitamos el consejo de nadie ni siquiera resolverlo de ninguna manera, puede que sea un conflicto irresoluble, pero solo el hecho de poderlo expresar y ser escuchados en nuestro dolor nos proporciona paz, algo que se nos había quedado “atravesado” podemos finalmente desencallarlo de nuestro interior y volcarlo al entorno. Cuando nos resistimos a hacerlo, un proceso que inicialmente se vive en el plano emocional puede llegar a manifestarse por la vía somática, y lo que no se ha podido soltar por los cauces de la emotividad sale en forma de vómito, de tos, de diarrea u otras formas en las que el organismo busca depurarse.
También en el plano psíquico existe este mismo mecanismo, absorbes información, adquieres conocimiento pero en un momento dado tendrás que compartir, exhalar, decir la tuya, porque sino todo ese cúmulo de conocimientos que vienen del exterior te ahogan, es como estar continuamente inhalando, y en un momento dado tendrás que sacar, tendrás que exhalar.
En palabras del neurocientífico Henri Markram:
Cuanto más rápido compartes tu nueva información, más rápido recibes otra. Cuando descubres algo, tu primer impulso es guardártelo para que nadie te copie. Ese impulso paraliza tu creatividad. En cambio, si lo compartes en seguida, rápidamente concibes una nueva idea.
El científico más generoso siempre tiene nuevas ideas.
Los elementos sólidos de la fisiología, los gases, la temperatura, las emociones, las ideas, todo esto son cosas que tomamos y que soltamos, todo son cualidades de la energía fluyendo en distintas frecuencias.
El organismo es como una esponja que respira con el todo, o el todo se manifiesta en el cuerpo como una respiración. Recurriendo de nuevo a la metáfora la esponja dentro del océano se expande al absorber agua (vida), y se encoge al soltarla, el agua (la vida) es el motor que permite la existencia de la esponja.
Todo en nuestro universo es resultado de dar y recibir.
El ciclo de dar y recibir es exactamente el mismo
que el acto de respirar.
En realidad, en eso consiste la manifestación de la vida.